Vacaciones de otro mundo

Estábamos de vacaciones en Tahiti tendidos bajo una gran sombrilla, contemplando juntos el mediodía reflejarse sobre aguas turquesas y arenas suaves y harinosas.

Sorbíamos con placer unos de esos frescos jugos que se elaboran en tierras exóticas mientras veíamos cruzar un hermoso yate blanco de grandes proporciones.

- Lo que es tener plata - le comentaba en voz baja a mi mujer.

Ella no me escuchó. Su vista se elevaba hacia las nubes. Algo brillante se veía acercándose.

- ¿Qué es eso que viene? ¿Un avión?

En el yate se veían personas ataviadas de fiesta, bailando y riéndose notoriamente ya que los oíamos, aunque estaban a unos 200 metros.

El punto brillante, de un momento a otro, se tornó inmenso. Eso venía a una velocidad vertiginosa.

- ¡Cuidadoooo! - Alcancé a decir mientras la tomaba de la mano y me tiraba tras las sillas de playa.

Era enorme. Más grande que un rascacielos. El yate era una pequeña cascarita que se hundió en un suspiro cuando ese artefacto se estrelló en las aguas.

La ola dejó a nuestros pies una botella, un trozo de yate y una guirnalda.

Otra ola dejó una placa de extraño material que extrañamente se podía leer: "No entre en contacto con los lugareños, pues son altamente peligrosos. Si por algún motivo sucediera esto se multará gravemente a los infractores y, lamentablemente se sacrificarán los habitantes del lugar que hayan establecido contacto."

Arrancamos lo más rápido posible.

Vacaciones de otro mundo arruinadas no iban a estropear las nuestras.


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