Padre Guido Bertolino Marocco

 "Gracias, Señor, porque no puedo comprender el misterio de la Trinidad, pero sí caber en mi corazón" (San José María)


Un contemplativo nunca muestra lo que descubre, porque esos tesoros sagrados se mantienen ocultos a simple vista de un ser humano normal, pero brillan más fuertes que el Sol para los buscadores de Fe.

Cuánto dolor soporta un asceta nadie lo puede saber, sólo los ángeles que recogen sus lágrimas.

¿Cómo retratar a quien quiso mantenerse oculto?

Elige el Camino del Calvario porque es el que da más frutos, más aún cuando la Obra de la Transfiguración necesitaba de un hombre fuerte, de un líder y a la vez mártir de su fe.

Los íconos se auto explican, se manifiestan en trazos inteligentes, en construcciones que hablan a los sentidos de verdades sobrenaturales. Un verdadero artista no justifica lo que expone, sólo nos brinda la oportunidad de compartir su obra. En este caso, este sacerdote artista y arquitecto proyecta en las columnas de una iglesia la liturgia eterna, el momento sagrado en que Dios se muestra a sus creaturas en una sinfonía que se derrama gozosa sobre nuestra comprensión de la realidad. Esa fue la herencia en las capillas que edificó y es el evangelio plasmado en piedra, madera y cristal.

Se descubre más en una sonrisa que en una prédica. Allí es donde realmente se muestra el rostro del Amor de Dios, donde en un segundo se comprende lo imposible de comprender, de aceptar la transformación maravillosa de un alma consagrada a Dios.

Tal como Moisés bajó luminoso del Sinaí, el Padre Guido baja transformado del Tabor.

¿Dónde está la huella de los grandes hombres? En la impronta dejada en los que conoció y formó con su amor, templó con su corrección, encaminó con sus enseñanzas.

"Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo te bendeciré" (Génesis 12)


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