Hablemos de Dios
como si de un amigo se relatara
y pensemos en él
como si de una mamá se acordara.
Puesto que no hay mejor momento
que el que se dedica
a quien detiene el tiempo
Ni hay mejor lugar
que contemplar
hacia donde uno quiera mirar.
Estar con Dios no exige cita
y tenerlo presente no ocupa espacio,
ya que el es dueño de todas las dimensiones
y está pronto a acudir
a nuestro encuentro.
Y no le temamos,
pues ya sabe de nuestras faltas.
Y no le ocultemos
pues ya vio todo lo hecho.
Y no le roguemos,
pues ya conoce lo que requerimos.
Sólo llenemos el cántaro de la amistad
y amemos al que es nuestra madre y padre a la vez.
Escuchemos solícitos sus sugerencias
y hagámoslo partícipe de nuestra historia.
El se lo merece ¿No?¿Acaso se puede dudar algo así?
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