La Batalla

¿Hace tanto tiempo que te busqué por los confines de la tierra y me propones que me separe de ti? Si bien nos hemos acostumbrado a sufrir por nuestro amor, creo que no soportaría una noche más sin ti.


Partamos juntos, no sueltes la mano que me has tendido, vamos al encuentro del ermitaño. Siendo que nací para ser fuerte y de mi templanza se han escrito leyendas ¿piensas que podré vivir lejos de ti? Prefiero morir y descansar a tu lado, que alejarme.


Cuando la realidad de un sueño toca tu puerta no es el momento de dejarla pasar, sino abrir de par en par y correr a ella.


Escucho ruidos en los alrededores... ¡Están cerca!


He aquí que me levanto, tomo mi armadura y desenfundo mi espada que gime al ser desenvainada como si fuera un ave fabulosa, herida por tantos enfrentamientos. Tú me tomas por detrás y yo naturalmente me doy vuelta y te abrazo fuertemente acunándome en tu pecho.


Pero el enemigo se mueve afuera y me separo pidiéndote que cierres como puedas las entradas.


Salgo y me encuentro de frente con el enemigo que se encuentra a pocos metros de la fuente. Se detiene en seco y clava su espada en el piso, señal para que dos de sus mejores exponentes se acerquen a mi encuentro.


Esos dos seres son semi-gigantes de la Orden Oscura de la Osamenta (los triple O, como se les conoce), son muy diestros en el uso del hacha de doble filo y ágiles como el mejor de los Elfos verdes.


Sé que hay una forma poco usual de vencerlos, pero necesito 3 segundos para concentrar mi mente en el procedimiento exacto de combate. Para ganar tiempo, subo por la chimenea de piedra para llegar al techo, y desde allí cierro los ojos ese lapso de tiempo para mentalizar y corporizar los movimientos precisos.

El resto de los monstruos ruge, mientras que el Enemigo cruza sus brazos y alza sus hombros desafiante.

Los 'Triple O' se encuentran en el centro del patio alzando ambos sus Hachas Sangrientas. Suerte que uno de ellos es zurdo y se encuentra a la derecha del diestro.


Realizo un salto, cayendo entre ambos y alzo mi espada hacia el cielo. Los “Triple O” elevan también sus respectivas armas y proceden a realizar su corte transversal con gran furia. No ha pasado ni un solo segundo cuando giro la espada y la impulso hacia atrás saltando al mismo tiempo. Siento a las hachas de los monstruos cruzarse debajo mío como ráfagas de sol. Al caer sobre mi espalda alcanzo a ver cómo las hachas se han incrustado en las caderas de ambas criaturas. Me levanto en el momento siguiente y pongo mi pie sobre una de las hachas saltando a los hombros de uno de los energúmenos.


Desde una de las ventanas ves dos veces surcar mi espada el infinito y dos cabezas caer rodando a un costado. Ha pasado el tercer segundo desde que comenzó el combate y se escuchan dos cuerpos caer pesadamente sobre tu jardín inmaculado.


“En el nomne del padre que fizo toda cosa
e del Hijo, fillo de la Gloriosa,
e del Espíritu Santo, que igual dellos posa”.


Me oyes recitar una antigua oración antes de encarar al enemigo, que toma su espada y me sale al encuentro.


Golpes rudos de espadas pesadas, sudor espeso del esfuerzo realizado, crujir de armaduras chocando de costado, bufidos, gemidos y alaridos de las bestias circundantes.


Nos ves luchar y crees ver una danza de muerte entre tu caballero y el Enemigo.


Se escucha a tu pueblo acercarse y las bestias inmundas se alejan dejándonos solos luchando en la arena.


Sales de la cabaña y te acercas con tu pueblo al lado, las hadas y los duendes. No puedes interferir, puesto que es un combate de honor, y aunque no dudas que el enemigo no tiene este sentido sabes que para tu caballero sí lo es.


El Enemigo logra darme una patada en el costado y de un golpe certero desarma mi mano dejándome indefenso. Tu pueblo gime y muchos cierran los ojos para no ver el desenlace.


El Enemigo se detiene y en vez de clavarme su espada levanta su otra mano como para saludarme como caballero de la orden antigua y la lleva finalmente hacia su yelmo, levantándolo marcialmente y descubriendo su rostro.


¡Qué espanto! Me horrorizo al ver su rostro. Nunca imaginé que ver al enemigo cara a cara me iba a retorcer el alma de dolor.


No es que su faz fuera espantosa o sujeta a una maldición, sino que lo que sus rasgos revelaban era el parentesco que nos unía.


Mi enemigo era mi hermano. No sólo un hermano común, como podrías pensar, sino el mejor amigo que pude haber tenido alguna vez.


Nunca comprenderé cómo lo que amo pudiera cambiar tanto.


“El Poder te cambia hermano”, me dijo, como si adivinara mis pensamientos.


“El Poder me hace ver lo que es verdadero y real, lo valioso y lo cierto”, prosiguió.


Toqué mi pecho y arranqué una cadena que cruzaba mi cuello. De esa cadena colgaba un símbolo plateado. “El Poder no es lo que te cambia. El Poder sólo es el Cáliz Sagrado. Lo que llena al vaso es lo que lo hace sublime y le da sentido al vaso. Si el vaso se llena de odio te conviertes en lo que eres ahora, y si se llena de amor se convierte en lo que es mi amada”. Dirijo mi mirada hacia ti, querida mía, para luego sellar mi sentencia: “Y el Poder de nuestros antepasados protegerá nuestros designios. Cuando un hermano ataca a su hermano alza el escudo de su familia y con él rasga el cielo. Nuestro padre me lo dijo antaño y, obediente, procedo a realizarlo”.


Mi mano, con el signo refulgente empuñado, traza un corte invisible sobre el cielo y lo lleva a la tierra.


Sucede entonces algo inaudito, insólito... se rasga realmente el universo y una extraña negrura aparece entre los velos rotos del espacio. Te acercas rápidamente y me estrechas fuertemente mientras la negrura nos envuelve. Alcanzamos a escuchar el grito de frustración de mi Hermano-Enemigo al vernos desaparecer tras una cortina invisible que nos lleva a un destino desconocido.


Amada Mía ¿me escuchas? Siento una pesadez terrible en mi conciencia. Estamos confundidos y perdidos en esta extraña dimensión que no alcanzo a entender.


...!


...!


Me despierto y respiro aliviado al verte recostada cerca de mí. Estamos en un gran desierto. Hemos llegado a estas tierras, protegidas por la consigna familiar. Pero estamos desamparados, pues no hay mas vida que la tuya y la mía.

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