El Árbol Ángel
Desde hace algunos años que llevo pensando en los árboles.
Todo surgió de una extraña incapacidad que poseo, que tiene que ver con el mundo vegetal. Es así, hasta ahora, que cuando llego a cualquier lugar lo último que percibo son esos verdes seres estáticos. La sensación que me da es que son invisibles, hasta que percibo su presencia y los distingo.
En un bosque, por ejemplo, tengo conciencia de que estoy rodeado de esas creaturas, pero me cuesta destacar la individualidad de cada uno. El bosque no me deja ver al árbol.
Trato de aprender de su quietud. Sé que han beneficiado a través de centurias a todos los seres vivos, ya sea por el alimento que proveen, como por mejorar las condiciones de la atmósfera para la vida.
Muchas veces me pregunté el porqué son así estas especies, qué las hace tan inmóviles (aparentemente), cómo adquieren experiencia; en fin, como pasan su tiempo, pues en algunos casos algunos árboles pueden vivir por milenios.
En mis sueños apareció una idea interesante: “Los árboles piensan”. No como nosotros, creo. Piensan como los árboles pueden hacerlo: desde la raíz hasta la última hoja en lo alto de sus copas. Todo su ser es pensamiento, aparte de ser materia. Todo en ellos está conectado y vibra en la frecuencia de sus cavilaciones.
Esto arroja luz sobre un pasaje ‘oscuro’ de la Biblia, y uno de los menos esperados de Jesús: La maldición de la higuera.
“Al día siguiente, cuando salieron de Betania, tuvo hambre. Y viendo de lejos una higuera que tenía hojas fue a ver si tal vez hallaba en ella algo; pero cuando llegó a ella, nada halló sino hojas, pues no era tiempo de higos. Entonces Jesús dijo a la higuera: Nunca nadie coma fruto de ti. Y lo oyeron sus discípulos. … Y pasando por la mañana, vieron que la higuera se había secado hasta las raíces. Entonces Pedro, acordándose, le dijo: Maestro, mira, la higuera que maldijiste se ha secado. Respondiendo Jesús, les dijo: Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: quítate y échate al mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga será hecho”. Marcos 11:12-14, 20-26
¿Cómo un Jesús bondadoso realiza esta maldición sobre una higuera que no tenía frutos y que era improbable que los tuviera, pues no era tiempo de higos? El evangelista también se extraña y lo deja explícito en las Escrituras.
Es cierto que en el contexto se ve una paráfrasis que comienza con la maldición, llegan al templo de Jerusalén, se pelea con fariseos y escribas, y luego finaliza con la constatación de la higuera seca. La higuera pasa a ser símbolo de Israel, y como tal, la enseñanza apunta a ello.
Pero…¿por qué mata un árbol para enseñar? ¿No hay algo más tras este acto, un trasfondo que no sospechamos?
Les cuento otra historia. En la vida de Santa Rita de Cascia ella pide 2 higos y una rosa de su jardín. Es invierno, cubierto de nieve. Encuentran la rosa y los 2 higos solicitados.
Curiosamente es una higuera la que da frutos en esta última historia. ¿Casualidad? No creo.
Hay una íntima relación entre lo santo y lo vegetal. Se realiza una comunicación viable entre Dios y los hombres a través de estos nobles seres.
El árbol del Conocimiento en el Edén. La Zarza ardiendo en el Horeb. La Vid, el Olivo, la Acacia, el Álamo, el Almendro, el Ciprés, el Ébano, la Encina, el Sándalo, el Manzano, el Nogal, el Roble, el Sauce, el Sicomoro, la Higuera, el Pino, el Tamarindo, el Pistacho, la Palma datilera, son mencionados en la Biblia, por lo que no podemos negar su alto protagonismo. Incluso más que los animales.
Los seres vivos buscan vivir y perpetuarse, porque existe una motivación que hace que valga la pena vivir. Uno no vive porque sí, sino motivado por algo. En el caso de los animales está el placer y el conocer, por decirlo en breve, pues las principales fuerzas que impulsan a los seres vivos es el gozo y el placer.
¿Cómo goza un árbol? ¿Cómo conoce?
Siempre me he preguntado cómo se entretiene un árbol, el cual se mantiene casi inmóvil, sin diálogos aparentes con sus semejantes, sin interacción evidente con otros seres.
¿Qué lo motiva a vivir?
Muchos piensan que un árbol no puede tener inteligencia, que esta reflexión es inútil.
Los árboles no tienen una inteligencia como la concebimos los seres humanos, pero tienen una inteligencia particular que les permite evolucionar y aprovechar las oportunidades del entorno. La diferencia principal está en cómo obtenemos nuestro alimento. Nuestra variante evolutiva necesita moverse para obtener el sustento, mientras que los vegetales no, pues su alimento es la luz y ella está presente en todos lados, su otro nutriente se encuentra en la tierra y hunde sus raíces para obtener los minerales que requiere.
Algunos ejemplos de inteligencia vegetal. Una abeja recolecta néctar de las flores para elaborar la miel, su principal materia prima. Miremos el diseño de una flor. Ha sido concebida así, pues espera ‘visita’, por lo que sus pistilos están especialmente dispuestos para colocar fácilmente su polen en los visitantes alados. El olor, el color, la forma han sido dispuestos como cebo, llaman la atención, para que estas criaturas se acerquen y permitan el transporte entre los de su especie del germen que permite la mejora genética de una nueva vida.
Los árboles son los primeros y mayores domesticadores. Miremos el caso del trigo. El Hombre es el principal domesticado, pues gracias a éste el mundo está cubierto por miles y miles de hectáreas de trigales. El Hombre come su pan de cada día, y el Trigo sigue vivo, pues el Hombre se asegura de su supervivencia en cada siembra que realiza.
Hace unos días tuve un sueño revelador: Los árboles piensan, y piensan como lo hace un ángel, porque la línea de sus pensamientos no se produce de acuerdo a tiempos, sino a evos; es decir, un pensamiento va evolucionando en forma atemporal y de cada razonamiento el árbol va escalando un monte espiritual de conocimiento.
El árbol se mueve en la dimensión del pensamiento y hay algunos de ellos que han alcanzado grandes cimas de la espiritualidad. Por eso el título de esta reflexión me muestra un árbol que es semejante a un ángel y que como él es capaz de enviarnos mensajes directos de Dios.
La familia Picapiedra
Entrada al Jardín Interior
Se agitan las hojas de la noche
y de las noches de mi vida.
Son aquellos momentos
donde mi alma suelta su carga
al espacio de esta soledad requerida,
y son aquellos los que hacen fluir
más que sangre en mis entrañas.
Recita mi vida el silencio de mi pieza casual
y cantan mis sueños aquellos muñecos preciados
De recuerdos dulces y serenos
De nobles tesoros.
Y es aquí donde mi lápiz proyecta mis sentimientos
Donde mi alma se reconforta,
Donde mi alma piensa y elabora esperanzas,
Donde se encuentra con rastros divinos
con los cuales se moja los labios agradecidos
y besa al viento de la buena nueva.
Fortalezas del Ser Humano
Son 3: Inteligencia (mente), Sentimiento (corazón), Voluntad (esfuerzo).
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