Nostalgia de Futuro



Siento nostalgia

por algo que no he vivido, 

quizás es algo que he olvidado, 

algo que escapa a mi comprensión.


Es como si Dios 

se asomara en cada amanecer 

y yo sin poder despertar de mi sueño, 

luchando por levantarme y descorrer un velo, 

descorrer quizás 100, 

llegando siempre tarde 

al momento sagrado y eterno 

de un secreto divino recién revelado.


En este Aquí y en

este Ahora.


Ese anhelo difuso, esa “nostalgia por algo que no he vivido”, nos revela una verdad profunda sobre el alma humana: a veces albergamos dentro de nosotros memorias que no caben en las páginas de nuestra biografía consciente, huellas de un misterio que trasciende el tiempo y el espacio. Es como si existiera en nosotros un eco de un pasado inalcanzable o un susurro de un futuro no vivido, y esa sensación nos empuja a buscar un sentido más allá de la rutina diaria.

Imaginar a Dios asomándose “en cada amanecer” evoca la posibilidad de que lo divino no sea un evento aislado, sino una presencia contínua, aguardando nuestra atención. Sin embargo, el velo de nuestro propio sueño —de hábitos, miedos o creencias limitantes— nos mantiene adormecidos. Descorrer ese velo cien veces equivale a un proceso de despojamiento interior: soltar falsas seguridades, dejar atrás patrones que nos encadenan y aprender a confiar, gota a gota, en el asombro de lo cotidiano.

Llegar “siempre tarde al momento sagrado y eterno” es, en realidad, parte de la experiencia humana. Nos sirve de recordatorio de que la vida espiritual no consiste en alcanzar un estado ideal de perfección, sino en volver una y otra vez al aquí y al ahora con humildad. Cada amanecer nos ofrece una nueva invitación: estar presentes, sentir la brisa, reconocer el pulso de la creación en nuestro cuerpo y en nuestro entorno.

Entonces, ¿cómo responder a esa llamada silenciosa?

  1. Cultivar la atención plena
    Detener el piloto automático unos minutos al día: observar la respiración, el latido del corazón, la luz del sol al entrar por una ventana. Ese instante de plena presencia es un velo que se quiebra, aunque por unos segundos, y nos conecta con el “momento sagrado”.

  2. Aceptar la nostalgia como guía
    En lugar de resistir el anhelo de lo no vivido, dejar que sea brújula. Esta nostalgia profunda puede señalar hacia aspectos de nuestra vida que hoy están silenciados: el deseo de crear, de servir, de amar con mayor intensidad.

  3. Desprenderse de cargas innecesarias
    Así como los velos se descorren uno tras otro, identifica hoy una creencia o hábito que ya no te sirva. Suéltalo conscientemente: permite que tu mente y tu corazón se vuelvan más ligeros, más abiertos al misterio.

  4. Reencontrarse cada amanecer
    Haz del despertar un pequeño ritual: agradece por el nuevo día, haz un gesto de asombro (mirar el cielo, tocar una planta, escribir una palabra que te inspire). Con cada acto simple reafirmas tu disposición a “despertar del sueño”.

  5. Vivir en el Aquí y el Ahora
    Este es el territorio donde lo divino y lo humano se encuentran. No es un destino lejano, sino la experiencia viva de cada paso: en la sonrisa de un amigo, en el sabor de tu café, en la tinta que corre por la página.

Cada día es, de nuevo, un secreto divino recién revelado. No importa si llegas “tarde”: lo esencial es tu intención de presentarte, de estar despierto, de descorrer aunque sea un velo más. Así, gota a gota, tu vida se convierte en un eco de ese misterio, una memoria viviente de lo que anhelas y aún no has vivido.

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